En un mundo acelerado por la inmediatez digital, detenerse a leer un libro impreso o a escribir con papel y bolígrafo puede parecer un gesto nostálgico. Sin embargo, cada vez más estudios científicos y decisiones institucionales nos invitan a reconsiderar el papel (literal y simbólico) que ocupan estos soportes en nuestra vida cognitiva, emocional y formativa.
El papel resiste… y transforma
Mientras proliferan las pantallas y los teclados, desde Estugraf seguimos apostando por el poder tangible de la palabra impresa. Y no estamos solos. Países como Suecia y Estados Unidos han comenzado a dar marcha atrás en sus políticas de digitalización educativa para volver a priorizar los textos impresos y la escritura a mano. ¿La razón? La evidencia científica es clara: leer en papel y escribir a mano generan una mayor actividad cerebral, y con ello, aprendizajes más profundos.
Un estudio de la Universidad de Indiana, citado por el filósofo de la educación Germán Gómez, mostró que la escritura a mano activa más regiones del cerebro que la escritura digital.
Algo similar ocurre con la lectura: estudios liderados por expertas como Pelusa Orellana, de la Universidad de los Andes, confirman que comprendemos mejor los textos cuando los leemos en papel. Esto se debe, entre otros factores, a que la lectura digital suele ser más superficial, rápida y fragmentada.
Escribir a mano: más que caligrafía
Recordamos con cariño —y cierto respeto— aquellas clases de caligrafía donde se nos pedía trazar con precisión quirúrgica cada letra.
Aunque pueda parecer un ejercicio arcaico, hoy sabemos que este tipo de práctica no solo mejora la motricidad fina, sino que también fortalece la memoria, el pensamiento crítico y la capacidad de síntesis.
Aunque pueda parecer un ejercicio arcaico, hoy sabemos que este tipo de práctica no solo mejora la motricidad fina, sino que también fortalece la memoria, el pensamiento crítico y la capacidad de síntesis.
La escritura manual obliga al cerebro a filtrar, priorizar y resumir la información antes de plasmarla sobre el papel. Es, por tanto, una forma activa de pensar. Frente a los teclados y los correctores automáticos, que nos ahorran esfuerzo pero también reflexión, escribir a mano se convierte en una herramienta de aprendizaje profundo.
La experiencia sensorial del libro impreso
Un libro impreso no es solo un contenedor de ideas. Es un objeto que se toca, se huele, se subraya, se presta, se guarda… y a veces, se hereda. Su presencia física deja una huella más duradera en nuestra memoria. Como bien señala Verónica Pantoja, experta en neuroeducación, la interacción multisensorial que ofrece el papel favorece una mejor codificación de la información y una memoria a largo plazo más sólida.
La interacción multisensorial que ofrece el papel favorece una mejor codificación de la información y una memoria a largo plazo más sólida.
En Estugraf lo vemos todos los días: el libro impreso no ha perdido su vigencia, al contrario, ha encontrado un nuevo valor en tiempos de saturación digital. Quienes publican un libro hoy —ya sea una novela, una obra académica o un poemario— no solo buscan difundir un contenido, sino ofrecer una experiencia.
Integrar, no reemplazar
No se trata de rechazar la tecnología. Se trata de entender qué herramientas funcionan mejor en cada etapa del desarrollo. Tal como proponen diversos especialistas, lo digital puede y debe complementar los procesos de lectura y escritura, pero no reemplazarlos prematuramente.
Por eso, desde Estugraf seguimos creyendo que editar e imprimir libros es mucho más que producir objetos. Es contribuir a la formación de lectores y escritores más atentos, más críticos y más humanos. Porque leer y escribir en papel no es solo una elección estética o romántica: es una decisión con impacto en cómo pensamos, aprendemos y nos conectamos con el mundo.